Es un esplendoroso día de enero y como parte de un equipo del Museo Nacional, recorro con calma el poblado de San Vicente en el distrito San Antonio de Nicoya, empezamos a investigar sobre la tradición y la historia de este lugar, por demás único. Llamó mi atención como, en la fachada de uno de los talleres de alfarería, sobresale una excelente representación de la escena “hombre y jaguar” muy común en la cerámica precolombina de Guanacaste del periodo 800-1550 d.C.
En la representación, el dios Tezcatlipoca (espejo humeante) lucha contra el jaguar quien simboliza a la noche y las profundidades. Por ello, a esta escena se le conoce como la “guerra cósmica”, una lucha eterna entre el día y la noche, relativa a los ciclos y a las poderosas fuerzas de la naturaleza y de los dioses que los antiguos adoraban y respetaban.
La presencia de la “guerra cósmica” en uno de los locales, donde los artesanos modelan la identidad y la historia de Guanacaste no es casualidad, pues en San Vicente se han venido librando batallas igual de poderosas.
Una historia que vive en cada rincón
La primera de las batallas es una que no se ha perdido, a favor de la identidad y la tradición. La gran participación de la población de San Vicente en el trabajo con arcilla revela una rica y única tradición cultural, pues es posible seguir el rastro de la cerámica, desde los tiempos precolombinos hasta la actualidad.
La historia inicia cuando por dos mil años los indígenas perfeccionaron sus trabajos con el barro y la actividad logró cumplir fines utilitarios, rituales y artísticos entre otros. Luego del contacto indio-español, le sobrevivió el uso meramente doméstico, pero no se descontinuó su manufactura y utilización por el fácil acceso a las materias primas, el bajo costo y el apego de la población a estos materiales.
Por otro lado, los mayores nos han contado como dentro de los hogares guanacastecos era casi obligatorio emplear utensilios de barro, lo que aseguró una demanda permanente de ellos. Esto se evidencia en expresiones como: “las tortillas se hacen en comal” y “el agua de tinaja sabe mejor”. Y como, en los “días de rebusca”, antes de Semana Santa, las artesanas salían a vender grandes cantidades de cerámica para luego regresar con viandas y productos para los días santos.
Esta cerámica tradicional, de la olla, la poronga, el comal, la tinaja, la nimbuera y el tamalcome estaba en manos de mujeres, quienes encontraron en ella una posibilidad de trabajo que permitía atender a los niños y las labores del hogar. La venta implicaba agotadoras jornadas a pie, en carreta o en bote, ya fuera casa por casa o hasta los centros de comercialización en Santa Cruz, Nicoya, Liberia y Puntarenas. Todo esto generó una fuerte tradición que transmitían madres a hijas con un impresionante talento.
Tradición y sustento
Otra batalla se libró hacia 1960, cuando las condiciones de empleo en la bajura guanacasteca eran particularmente difíciles. El peonaje en haciendas había sido la más importante actividad, combinado con una agricultura de subsistencia sujeta a la cantidad de lluvias y deterioro de los suelos o en última instancia se buscaban oportunidades en las zonas bananeras o la capital.
Durante esta época aparecieron nuevos productores de cerámica, los cuales para sorpresa de la comunidad eran hombres. Ellos por iniciativa y en busca de nuevas formas creativas, comenzaron a experimentar con motivos y réplicas precolombinas de Guanacaste vistas en colecciones privadas, libros y museos.
Paralelamente, los turistas nacionales y extranjeros comenzaron a interesarse por este nuevo tipo de artesanías. Para los foráneos pareció algo muy exótico, interesante y se convirtió en un souvenir obligatorio.
Gente de arcilla
Actualmente, la producción de cerámica es una actividad familiar e individual. Se calcula que poco más de la mitad de la población mayor de 12 años está involucrada en la elaboración de este tipo de artesanías y se han conformado complejas redes de trabajo. Muchos participan de recolectar los materiales, moldear, decorar y hasta vender las piezas. Otros se dedican solo a modelar y contratan a otro ceramista para la decoración o el horneado. Además existe un grupo de trabajadores que recolectan y venden el barro, la leña y el curiol.
Espacios para la ciencia
En diferentes momentos otros se han unido a las batallas. Hacia 1950 la antropóloga y exdirectora del Museo Nacional Doris Stone, realizó una de las primeras investigaciones de las que se tiene noticia sobre San Vicente y publicada en el Middle American Research Records de la Universidad de Tulane, Louisiana. En esta publicación, la señora Stone analiza las técnicas de elaboración, transmisión del conocimiento y las formas y medios de comercialización de la cerámica en San Vicente y Guati en ese entonces.
La sorpresa y el entusiasmo me embargaron cuando vi las fotos incluidas en el artículo donde se aprecia un horno, una carreta lista para cargar y a las artesanas trabajando. Tales publicaciones me las mostró por primera vez el Dr. Jim Weil, antropólogo del Museo de Ciencias de Minesota a quien conocí hace más de un año. El Dr. Weil lleva más de diez años investigando sobre San Vicente y mucho de lo aprendido y expuesto en estas líneas se lo debo a él. Sus trabajos versan principalmente sobre la organización, los roles sociales y la producción de artesanías, ello unido a su constante participación docente.
De igual forma, su labor se une al trabajo emprendido por otros investigadores nacionales y extranjeros como Kate Hopper, Denia Román, Edgar Blanco, Manuel de la Cruz Ramírez y Aarón Johnson-Ortiz por mencionar algunos.
Conciencia por nuestro patrimonio cultural
Otra de las batallas tiene que ver con el orgullo cultural y la necesidad de expresarlo. Esto, porque para difundir su patrimonio los sanvicentinos iniciaron el proyecto de Ecomuseo hacia 1995. En los años siguientes el proyecto ha tenido sus tropiezos, pero es de rescatar la gran organización encabezada por dirigentes comunales entre quienes sobresale Maribel Sánchez. Ellos lograron que hoy en día se cuente con instalaciones prácticamente terminadas.
El Ecomuseo promete ser un espacio de difusión y educación sobre el continuo histórico, la tradición y la realidad actual de San Vicente. Estas deben entenderse como un escenario palpable en cada rincón de la comunidad, donde el visitante se sensibilizará con las tradiciones y problemáticas.
Todo lo anterior nos confirma la capacidad de lucha de un pueblo orgulloso de su cultura y emprendedor en las situaciones difíciles.
Nosotros nos despedimos una tarde, casi cuando Tezcatlipoca inicia su batalla contra el jaguar, a sabiendas que atrás de nosotros había otra guerra cósmica sin ganar.
Espero por ende, que usted también quiera pelear en ella.
En la representación, el dios Tezcatlipoca (espejo humeante) lucha contra el jaguar quien simboliza a la noche y las profundidades. Por ello, a esta escena se le conoce como la “guerra cósmica”, una lucha eterna entre el día y la noche, relativa a los ciclos y a las poderosas fuerzas de la naturaleza y de los dioses que los antiguos adoraban y respetaban.
La presencia de la “guerra cósmica” en uno de los locales, donde los artesanos modelan la identidad y la historia de Guanacaste no es casualidad, pues en San Vicente se han venido librando batallas igual de poderosas.
Una historia que vive en cada rincón
La primera de las batallas es una que no se ha perdido, a favor de la identidad y la tradición. La gran participación de la población de San Vicente en el trabajo con arcilla revela una rica y única tradición cultural, pues es posible seguir el rastro de la cerámica, desde los tiempos precolombinos hasta la actualidad.
La historia inicia cuando por dos mil años los indígenas perfeccionaron sus trabajos con el barro y la actividad logró cumplir fines utilitarios, rituales y artísticos entre otros. Luego del contacto indio-español, le sobrevivió el uso meramente doméstico, pero no se descontinuó su manufactura y utilización por el fácil acceso a las materias primas, el bajo costo y el apego de la población a estos materiales.
Por otro lado, los mayores nos han contado como dentro de los hogares guanacastecos era casi obligatorio emplear utensilios de barro, lo que aseguró una demanda permanente de ellos. Esto se evidencia en expresiones como: “las tortillas se hacen en comal” y “el agua de tinaja sabe mejor”. Y como, en los “días de rebusca”, antes de Semana Santa, las artesanas salían a vender grandes cantidades de cerámica para luego regresar con viandas y productos para los días santos.
Esta cerámica tradicional, de la olla, la poronga, el comal, la tinaja, la nimbuera y el tamalcome estaba en manos de mujeres, quienes encontraron en ella una posibilidad de trabajo que permitía atender a los niños y las labores del hogar. La venta implicaba agotadoras jornadas a pie, en carreta o en bote, ya fuera casa por casa o hasta los centros de comercialización en Santa Cruz, Nicoya, Liberia y Puntarenas. Todo esto generó una fuerte tradición que transmitían madres a hijas con un impresionante talento.
Tradición y sustento
Otra batalla se libró hacia 1960, cuando las condiciones de empleo en la bajura guanacasteca eran particularmente difíciles. El peonaje en haciendas había sido la más importante actividad, combinado con una agricultura de subsistencia sujeta a la cantidad de lluvias y deterioro de los suelos o en última instancia se buscaban oportunidades en las zonas bananeras o la capital.
Durante esta época aparecieron nuevos productores de cerámica, los cuales para sorpresa de la comunidad eran hombres. Ellos por iniciativa y en busca de nuevas formas creativas, comenzaron a experimentar con motivos y réplicas precolombinas de Guanacaste vistas en colecciones privadas, libros y museos.
Paralelamente, los turistas nacionales y extranjeros comenzaron a interesarse por este nuevo tipo de artesanías. Para los foráneos pareció algo muy exótico, interesante y se convirtió en un souvenir obligatorio.
Gente de arcilla
Actualmente, la producción de cerámica es una actividad familiar e individual. Se calcula que poco más de la mitad de la población mayor de 12 años está involucrada en la elaboración de este tipo de artesanías y se han conformado complejas redes de trabajo. Muchos participan de recolectar los materiales, moldear, decorar y hasta vender las piezas. Otros se dedican solo a modelar y contratan a otro ceramista para la decoración o el horneado. Además existe un grupo de trabajadores que recolectan y venden el barro, la leña y el curiol.
Espacios para la ciencia
En diferentes momentos otros se han unido a las batallas. Hacia 1950 la antropóloga y exdirectora del Museo Nacional Doris Stone, realizó una de las primeras investigaciones de las que se tiene noticia sobre San Vicente y publicada en el Middle American Research Records de la Universidad de Tulane, Louisiana. En esta publicación, la señora Stone analiza las técnicas de elaboración, transmisión del conocimiento y las formas y medios de comercialización de la cerámica en San Vicente y Guati en ese entonces.
La sorpresa y el entusiasmo me embargaron cuando vi las fotos incluidas en el artículo donde se aprecia un horno, una carreta lista para cargar y a las artesanas trabajando. Tales publicaciones me las mostró por primera vez el Dr. Jim Weil, antropólogo del Museo de Ciencias de Minesota a quien conocí hace más de un año. El Dr. Weil lleva más de diez años investigando sobre San Vicente y mucho de lo aprendido y expuesto en estas líneas se lo debo a él. Sus trabajos versan principalmente sobre la organización, los roles sociales y la producción de artesanías, ello unido a su constante participación docente.
De igual forma, su labor se une al trabajo emprendido por otros investigadores nacionales y extranjeros como Kate Hopper, Denia Román, Edgar Blanco, Manuel de la Cruz Ramírez y Aarón Johnson-Ortiz por mencionar algunos.
Conciencia por nuestro patrimonio cultural
Otra de las batallas tiene que ver con el orgullo cultural y la necesidad de expresarlo. Esto, porque para difundir su patrimonio los sanvicentinos iniciaron el proyecto de Ecomuseo hacia 1995. En los años siguientes el proyecto ha tenido sus tropiezos, pero es de rescatar la gran organización encabezada por dirigentes comunales entre quienes sobresale Maribel Sánchez. Ellos lograron que hoy en día se cuente con instalaciones prácticamente terminadas.
El Ecomuseo promete ser un espacio de difusión y educación sobre el continuo histórico, la tradición y la realidad actual de San Vicente. Estas deben entenderse como un escenario palpable en cada rincón de la comunidad, donde el visitante se sensibilizará con las tradiciones y problemáticas.
Todo lo anterior nos confirma la capacidad de lucha de un pueblo orgulloso de su cultura y emprendedor en las situaciones difíciles.
Nosotros nos despedimos una tarde, casi cuando Tezcatlipoca inicia su batalla contra el jaguar, a sabiendas que atrás de nosotros había otra guerra cósmica sin ganar.
Espero por ende, que usted también quiera pelear en ella.
© Ronald Martínez Villarreal
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